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Murmullo de Barrio

06/02/2017 / Cubalex

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El señor de pelo blanco con su bastón viejo y andar suave, como cada día, tomaba su habitual camino. Era la mañana del 23 de septiembre de 2016,  a su paso no encontró a los niños de siempre rumbo a la escuela, solo había un grupo de hombres civiles y militares, carros patrullas, motos de la seguridad del estado, y todo aquello se concentraba frente a la casa número 169, de la calle Lindero. Con la mirada fija en el lugar, conocido para él, escuchó la voz de un oficial ordenándole regresarse, por esa calle no podía pasar, él que llevaba más de 20 años recorriendo el mismo camino cada día.

Dando  un fuerte golpe en el suelo con su remendado bastón, sin decir palabras, mostrando su enojo, se retiró.

Ya cayendo la noche, observó que  un grupo de personas agrupadas en una esquina conversaban en voz alta, casi todos a la vez. Se acercó al lugar para escuchar, en ese momento a hija de la presidenta del CDR comentaba -algo tienen que haber hecho, yo creo que se los van a  llevar preso, mientras la gorda que vende medicinas preguntó  ¿y qué fue lo que hicieron? Imagínate, todos sabían que eran defensores de derechos humanos, esa palabra aquí es pólvora,  afirmó el jovencito que vende el paquete. No me dejaron ni pasar por ahí. Eso empezó temprano mira la hora que es y aún no ha salido nadie de allá adentro. La cosa es gorda.

Alguien avisó –por ahí viene la mamá de la abogada- la pobre, dijo el señor de pelo blanco, tal vez ni lo sepa.

Pobre de qué, dijo la hija del militar que vive en la otra cuadra –eso es para que no se hagan más los de los derechos humanos- bien que mi papá me dice que no salude a ninguno de ellos, ni a las que viven en mi cuadra y a mi hermanita que no juegue con su hija.

Pedro, el que vende la carne prohibida, llegó al grupo. Caballero yo sí que les traigo  la última, ¿saben qué dicen?, que tenían escondido un preso político en la oficina que tienen en esa casa  y como tres paquetes de dólares. Están embarcaos, y vi carros de 100 y Aldabó frente a la casa, yo no quisiera estar en el pellejo de ninguno de ellos. Les van a pedir más años que a un elefante.

Ya eran más de las 10 de la noche y aun la esquina era un avispero, todos querían saber lo que había pasado, pero no se atrevían a acercarse, la curiosidad era grande, pero aquello estaba hirviendo de guardias.

El señor de pelo blanco no soportó más comentarios, decidió retirarse, mientras murmuraba golpeando con su bastón en el suelo –que Dios los acompañe, yo si se quiénes son, porque gracias a la ayuda que me prestaron, mi hijo no pudo sacarme de mi casa y solo tuve que darle las gracias. Nuevamente golpeó con su bastón el suelo, los miró a todos, y con un gesto de regaño en su cara, se marchó.

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