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Lidier Hernández, historia de un secuestro en Cuba

13/07/2020 / Artículos

Por: Claudia Padrón Cueto
Lidier lleva 138 días retenido en Cuba. Él es como un preso en una isla cárcel. Recluido en su casa, sin barrotes ni guardias ni juicios; preso en un país de donde no puede huir porque solo hay agua por todas partes, y de donde tampoco le permiten escapar.

—Usted tiene prohibición de salida del país. ¿Usted tiene algún problema? —le pregunta un oficial del Ministerio del Interior que se identificó como el mayor Ángel, mientras sostiene su pasaporte.

—Esto es por represión, por mi activismo político —respondió Lidier, y el agente dibujó en su rostro una mueca de molestia por la palabra usada. Represión es un vocablo prohibido en la Isla.

***

Es 15 de febrero de 2020. Lidier y su esposa Caridad están en el Aeropuerto José Martí, en La Habana, con un boleto (previamente chequeado) de la Aerolínea Copa. Él pasa primero, se detiene frente a la caseta de Inmigración y mira la cámara mientras un oficial busca sus datos en el sistema. El siguiente paso debía ser que el oficial sellara su salida en el pasaporte, le deseara buen viaje y le abriera la barra hacia la zona de abordaje. Sin embargo, nada de esto sucedió.

El agente alzó la vista, miró a Lidier y le dijo que no podía salir del país. Se limitó a explicarle que su esposa sí podía volar.

Lidier y Caridad habían llegado a Cuba un mes antes para visitar a sus familias como cada año. Pero esta vez a él no le permitieron volver a Uruguay —donde reside desde 2016—, y nadie, desde entonces, le dice por qué.

En ese momento, con poco tiempo, los dos decidieron que lo mejor era que al menos ella regresara a Uruguay.

Pasara lo que pasara con Lidier, alguien tenía que pagar la renta, el auto, mantener su trabajo; la vida en Uruguay no se detiene. Lidier, sin otra opción, se quedó en la Isla reclamando al gobierno su «regulación» hasta que lograra salir.

Según los datos recopilados por el Instituto Patmos, al menos 245 residentes en Cuba fueron o siguen regulados, por motivos políticos, desde enero de 2019 al 22 de marzo de 2020. Impedir la salida del país es un recurso que suele utilizar el gobierno como castigo hacia quienes le son «incómodos».

Dos meses después, la madre de Lidier acudió a la oficina de Atención a la Ciudanía del Ministerio del Interior (MININT), donde le informaron de modo verbal que su hijo había sido «regulado», bajo el Decreto-Ley 302, artículo 25, incisos d y h. La participación de Lidier en manifestaciones pacíficas por la violación de derechos humanos en la Isla, a 4358 millas de La Habana, le daban al gobierno cubano el pretexto perfecto para impedirle salir del país por «razones de defensa, seguridad nacional y otras de interés público». Un castigo aleccionador para quienes disienten con el sistema, aunque ya no residan en la Cuba.

¿Quién es Lidier Hernández?

Lidier Hernández Sotolongo es un ingeniero informático de 34 años. Casi toda su vida vivió en las afueras de Cruces, un pueblo de Cienfuegos con unos 35000 habitantes, atravesado por la carretera que conecta esa provincia con Villa Clara. Es un pueblo bastante similar al resto de los municipios pequeños: con su parque central que dibuja la arquitectura del lugar, las casas rurales de puntal bajo, techados rojos y portales sostenidos por columnas.

Cuando él era pequeño había una fábrica de zapatos y otra de productos del bagazo. Esas fábricas ya no existen. Había también seis centrales azucareros, la principal fuente de empleo. Hoy perduran solo dos.

Su familia ha vivido durante tres generaciones en una pequeña finca a la entrada del pueblo, en un barrio llamado PROCUBA (Productos Cubanos del Bagazo). Es un poblado inmóvil de unas 30 casas donde prácticamente viven las mismas familias desde hace décadas y que poco ha cambiado.

Lidier suele hablar despacio y remarcando cada letra, pero cuando se emociona la velocidad se dispara y su voz se vuelve una musiquilla agitada.

Tiene, además, muy buena memoria, al punto de poder describir con detalle cada cosa que se le pregunte. Por ejemplo, la primera manifestación a la que asistió en Sudamérica, en enero de 2019. Supo de ella casi por azar, mientras veía un programa de Alex Otaola, el youtuber cubano con más seguidores y célebre por su oposición al régimen comunista.

Lidier pudo haber elegido mantenerse al margen, como hacen la mayoría de sus compatriotas que emigran: desconectarse la Isla,  agradecer porque lograron salir, y callar. Lidier, en cambio, anotó el nombre de la persona que hablaba en el video, la buscó en Facebook y le dijo que él quería sumarse.

El 26 de enero unos 40 o 50 cubanos realizaron la Marcha de los Prohibidos por la calle Feliciano Rodríguez en el centro de Montevideo, con la bandera de su país y carteles donde exigían libertades coartadas en Cuba. Su intención era llegar al número 2690, donde radica la embajada cubana, pero fueron interceptados una cuadra antes por un grupo de uruguayos del Partido Comunista, simpatizantes del gobierno caribeño. Estos no los dejaron avanzar y, a viva voz, cantaron odas a Fidel Castro.

En los videos de esa marcha, que circulan por Internet, puede verse una especie de enfrentamiento coral entre dos bandos: uno que habla de dictadura y derechos violados, donde está Lidier; y otro que los acusa de traidores y mercenarios.

Después de la Marcha de los Prohibidos a inicios de 2019, el cubano de Cruces participó en unas cinco manifestaciones más, siempre por la restauración de derechos en la Isla. Desde las marchas hacía directas en sus redes sociales, daba entrevistas a la prensa y luego lo invitaban a programas de radio.

Disidente de familia revolucionaria

Lidier Hernández, al integrar el Movimiento Acciones por la Democracia, el colectivo Somos+ y ser Vocal de la asociación civil Cubanos Libres en Uruguay, se convirtió en un líder visible y dejó de ser un rostro anónimo para la Seguridad del Estado, la policía política cubana. Así se lo hicieron saber en marzo de 2019 cuando volvió de vacaciones a Cuba por segunda vez desde su partida.

A las seis de la mañana el mayor Yosvani León llegó hasta la casa de los padres de Lidier con el pretexto de una visita social, y conversó con la familia en tono cercano y de temas intrascendentes. Solo a la hora de despedirse le dijo a Lidier que debía presentarse en dos días en la oficina de Inmigración y Extranjería de Cienfuegos.

Él llegó en la mañana, lo pasaron a un local pequeño con un solo buró. Martín, el miembro de la Seguridad del Estado que «atiende» la zona ocupó su lugar, el buró. En la esquina izquierda se colocó otro oficial que nunca dijo su nombre. Sobre el buró había una computadora donde tecleaban las respuestas del interrogado.

Lidier estaba sentado justo al frente, en uno de los dos butacones de madera con cojines de esponja que dispusieron a la entrada. En la oficina había una única ventana de dos hojas abiertas por donde entraba la luz y a sus costados dos fotografías gigantes de Fidel y Raúl Castro vestidos con uniforme militar.

Martín, gordo y de manos gruesas, era quien dirigía el interrogatorio en tono afable. El oficial sin nombre, en cambio, sólo intervenía para otorgarle cierta severidad a las amenazas.

Le interrogaron por más de dos horas sin parar. Era una ráfaga de preguntas sobre su familia, la de su esposa, sus amigos en Uruguay…

—¿Cuánto tú cobras allá como informático?

Lidier no responde.

—¿Quiénes son los organizadores de la marcha?

Lidier calla.

—¿Qué representan para ti los líderes de la revolución?

—Yo no tengo ídolos —les dice.

Martín, según Lidier, apenas toma bocanadas de aire entre cada oración. Habla sin parar, como quien disfruta escucharse a sí mismo. Recita de memoria las virtudes de la Revolución Cubana y de Fidel y Raúl. Luego cuestiona a su interlocutor por «seguirle el juego» al enemigo histórico de Cuba: Estados Unidos.

En ese interrogatorio, el oficial que atiende la zona le dice que él, con esas denuncias públicas que hace, está ayudando al imperialismo en su afán de apoderarse de la Isla. Le aseguran que lo tienen ubicado como uno de los líderes de la oposición en Uruguay, y que si sigue manifestándose en contra del gobierno cubano habrá consecuencias. Y en efecto las hubo. El cierre del interrogatorio fue un sutil consejo: «Tu familia es de gente correcta».

Después de esa visita en marzo de 2019, Lidier regresó a Uruguay y continuó participando en manifestaciones por Cuba. La última de estas marchas fue apenas unos días antes de su última visita.

La vida antes de Uruguay

En la familia Hernández Sotolongo hay maestros, amas de casa, militantes del Partido Comunista, campesinos, ex combatientes de Girón y de la lucha contra bandidos, diputados al Parlamento y delegados de circunscripción. Son, por presentarlos ideológicamente, gente integrada y revolucionaria.

Salvo Dieguito, un tío de su papá que se fue en la década de los 80 con la «escoria» por problemas políticos, nadie en su familia había sido disidente hasta que Lidier empezó a denunciar represión hacia los activistas y periodistas independientes, a hablar de violación de derechos humanos, a ir a marchas y exigir libertad de expresión. Eso lo convirtió en el segundo «gusano» de los Hernández. Una traición política que su padre aún no acepta, simplemente porque aún cree en la Revolución Cubana.

Lidier también fue revolucionario. Lo fue durante la mayor parte de su vida, incluso estudió ingeniería informática como cadete insertado porque de adolescente le ilusionaba pertenecer al MININT. Luego supo que esa no era la vida que deseaba. Tomó la decisión de irse, y después de ocho meses esperando su baja obtuvo la liberación militar. Entonces le impusieron un nuevo período de espera: cinco años más regulado sin poder emigrar. Otros colegas suyos que solicitaron la baja solo tuvieron que aguardar 36 meses.

La manía de Lidier de no quedarse callado y decir lo que pensaba le había traído como consecuencia algunas acusaciones de tener problemas  «ideológicos» y eso provocó le retuvieran la salida. Después de varias reclamaciones, finalmente, luego de tres años, le permitieron salir del país y partió rumbo a Uruguay.

A medida que salía de esa burbuja que es Cruces, que leía en Internet parte de la historia nacional que borraron de los libros de texto, y escuchaba testimonios del exilio, dice que empezó a «desprogramarse».

«Al inicio dudas de las víctimas y le das un voto de confianza al Estado porque es difícil romper con tanto dogma. En Cuba se despierta lento hasta que logras abrir del todo los ojos… Algunos nunca lo hacen».

Dice Lidier que sus padres no entienden sus opiniones políticas, ni las aceptan. En cambio, él sí los entiende a ellos. Aceptar las violaciones que su hijo denuncia, incluso aceptar lo que hoy hacen con él, es reconocer el fracaso de un proyecto de nación prometido hace seis décadas y que ya no existe. «Es aceptar que te usaron y hoy vives una farsa».

El miedo del regulado

El miedo para Lidier es sentir el ruido de una moto y pensar que viene la Seguridad del Estado a entregarle otra citación o encarcelarlo. El miedo es andar caminando por el pueblo y pensar que cada policía o patrulla que ve lo está vigilando. Por miedo, revisa cada palabra que escribe en un SMS o lo que dice en una llamada porque está casi seguro de que su teléfono está intervenido.

Hoy dice que el miedo lo hace cuestionar si es mejor voltear la vista ante una injusticia o denunciarla. Pero el principal miedo de este joven es que lo dejen preso en la Isla cuando su vida ya no está en Cuba. Solo pensarlo le provoca ansiedad, le consume el estómago como si se le abriera un hueco en el pecho y lo succionara.

Hace 138 días que Lidier está preso en Cuba. En este tiempo ha ofrecido dos entrevistas para la televisión uruguaya y diez para la radio. Entregó una reclamación en el tribunal cubano que no fue aceptada; ha etiquetado en Twitter a los principales funcionarios cubanos, sin que ninguno le haya respondido. Ha escrito también cartas al Partido Comunista, a la Oficina de Inmigración y a la de Atención a la Ciudadanía del MININT. Hasta inicios de junio había recibido una sola respuesta: esperar.

Sin embargo, después de cuatro meses aguardando, llamó a la Oficina de Inmigración y finalmente le notificaron que podía tomar un vuelo humanitario hacia Uruguay, en medio de la pandemia de Covid-19, disponible en un par de días.

De inmediato Lidier compró su pasaje y se despidió de los más cercanos. No escribió nada en sus redes, no habló con la prensa independiente de Cuba ni con la uruguaya. Es mejor no enojar al gobierno ni llamar la atención —pensó. El 13 de junio en el aeropuerto, con su boleto chequeado en la mano, recibió la noticia de que continuaba «regulado», la palabra que usa la Seguridad del Estado para decirle a una persona que no puede salir de Cuba.

Lidier nunca dejó de estar regulado. Lidier, simplemente, no puede salir de Cuba.

—Usted no puede viajar. Tiene prohibición de salida del país. ¿Usted tiene algún problema?

La escena se repite. Y Lidier sigue preso en esta cárcel que es toda la Isla.

Dos días después, el canciller uruguayo Ernesto Talvi escribió en su cuenta de Twitter: «Al ciudadano cubano residente en Uruguay, Lidier Hernández, no se le permitió abordar el vuelo de Copa en La Habana y regresar a Uruguay a reunirse con su esposa. Uruguay ha manifestado su preocupación a las autoridades cubanas y trabaja intensamente para posibilitar su regreso».

***

Fue el 15 de febrero de 2020. En el aeropuerto José Martí, Lidier se despidió de su esposa. Un funcionario le devolvió su maleta, que ya estaba en la bodega del avión, y lo acompañó hasta la puerta de salida. Él caminaba por inercia, sin comprender del todo la magnitud de lo que sucedía. Caminaba con un único pensamiento en su cabeza: «¿Hasta cuándo durará esto?»

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